Diego Lacave
@DiegoLacave
La recta de atrás de Le Mans me encanta. Allí da, además de varias tribunas de espectadores, el segundo aparcamiento de acreditados de los equipos y prensa. Un año fui con una furgoneta gigante (me acuerdo que aparcaba al lado de la autocaravana de Kenny Noyes) y desde el techo veía todo el esplendor de las carreras, desde la salida de Garage Vert a la chicane del Chemin aux Boeufs.
Le Mans era el escenario ideal para que un súper clase como Marc Márquez exhibiera su mejor momento de forma, de la manera que lo hizo, a lo largo de todo el fin de semana. Con esta salvada del sábado imposible, la mejor de todos los tiempos, incluida. Y por eso vengo este martes a la recta de atrás de MotorLuNews, rescatando un tuit con esta foto de uno de nuestros lectores (@ultimavuelta1) y convirtiéndolo en titular, porque voy a cometer una osadía como la copa de un pino. O sea: voy a tratar de explicar cómo es posible ganar a “un tipo así”. Porque se puede. Ojo.
Cuando me repito con la murga del “Gas&Cabeza” que inventé ya hace más de una década para la revista MOTORACING lo hago desde el convencimiento de un mantra irrefutable, que no es otro que la importancia capital de la condición psicológica en cualquier deporte de élite. Que capital viene de cabeza, oigan. Márquez tiene un talento inconmensurable, pero su cabeza es la que marca la diferencia. Marc es un monstruo, y como todos los “bichos míticos” que en el mundo ha habido, su fuerza y a la vez su punto débil está en la cabeza.
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Y a la cabeza del monstruo es donde hay que atacar. Ya sé que todos me dirán que, al final, todo consiste en ir más rápido que el otro, en la pista. Y un mojón, les digo yo; en gaditano pero sin bata, ni pantuflas; y ni siquiera desde una playa de Cádiz. Marc Márquez tiene una fuerza mental bestial porque todo nace del equilibrio que tiene a su alrededor. Ése es el equilibrio que hay que desestabilizar para conseguir el objetivo final de vencerle. Sin este maquiavélico paso inicial, el resto es una perdida de tiempo. Marc sale feliz a pista, y las veces que sale cabreado, también sale feliz. Eso, y no el crono, es el problema de sus rivales.
De hecho, tenemos un ejemplo histórico: la temporada 2015, Gran Premio de Argentina y Gran Premio de Holanda. Aún habrá gente debatiendo si Rossi tiró a Marc en Termas o no, cuando lo que en realidad hizo fue darle un bofetón con la mano abierta (de maestro a alumno) que dejó a Marc tocado hasta Assen, donde quiso meter la moto por donde no cabía y encima se llevó una bronca de Dirección de Carrera. A partir de ese momento, Márquez quedó fuera de la lucha por el título.
Rossi atacó su cabeza y anuló su talento. Ya no salía feliz a pista, ni si quiera cabreado: salía descompuesto. Había ganado casi todas las carreras, el año anterior. Y vale que tenía problemas con la moto nueva de entonces, pero si su cabeza hubiese estado en su sitio en ese momento crítico, aquella temporada habría terminado de otra forma. Después vino Sepang y Valentino en vez de a la cabeza le lanzó al monstruo una patada en los huevos (hablo de la rueda de prensa del jueves) y el monstruo le respondió con la mayor tocada de ídem de la historia de los deportes de motor, en carrera.
Pero esa película no toca ahora, que nos descentra. Descentrar al líder, esa es la cuestión que me trae hoy a escribir todo esto. Como un Maquiavelo frío, sin pensar en el nombre del protagonista, sino en cómo su cabeza adquiere todo el protagonismo. Que no es la Honda, ni su equipo, ni su entorno, parroquia. Que es él. Y su cabeza: la misma que puede perder su equilibrio con un simple detalle. Como un bosque (el ecosistema perfecto) puede salir ardiendo, con una cerilla.
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