Diego Lacave
@DiegoLacave
Llevamos años rindiendo (algunos miembros y miembras) una exagerada pleitesía a estos dos iconos del motociclismo; hablando incluso, desde un ejercicio de prensa cortesana o la servidumbre de ciertos habitantes del paddock, de lo mucho que les debemos a ambos en nuestro trabajo. Y puede que sea cierto. Me declaro culpable: etiquetas como #SepangClah y #TermasClash dan de comer. Pero hoy vengo aquí, a hablar de MotoGP desde “la recta de atrás” como cada martes, para contaros lo que os deben ellos a vosotros, parroquia.
Puede que alguien me diga que, con lo que voy a explicar a continuación, estoy hablando de cosas del pasado. Pero, en realidad, estoy señalando algo que pertenece al presente. Porque lo cierto es que, aún a día de hoy, el único piloto que pidió alguna vez perdón por algo relacionado con la “pelea de gallos” entre Valentino Rossi y Marc Márquez, fue Jorge Lorenzo. Giorgio nos regaló (porque se lo debía a sí mismo) un sincero “lo siento, me equivoqué” tras sus gestos con el pulgar hacia abajo en el podio de Sepang´15. Y acertó. Hoy, casi tres años más viejo, un título de MotoGP más campeón, y 25 millones de euros más rico, está sereno ante el momento que le toca lidiar; a pesar de lo duro que parece que es.
Es la clave de todo: Rossi y Márquez siguen con la obligación de pronunciar (lo voy a escribir en guiri) un “single sorry” por al menos una cosa cada uno; por algo que ellos saben que hicieron mal, aquel fin de semana y en ese final de un campeonato, que había nacido para pasar a la historia con gloria y no con vergüenza. Lo tienen en la bandeja de “tareas pendientes”. Valentino es consciente de cómo se derrotó él solo, primero; y se dejó derrotar por el rencor, después. Y Marc sabe; y sabe que todos los que saben, dicen, que rompió una ley no escrita, pero casi sagrada, del mundo de los deportes del motor de toda la vida.
Si hay alguna razón por la que la paz se haya roto este pasado domingo en Termas es porque nunca existió. Se quiso cerrar a la fuerza (ahora sí que hablo de agua pasada que no mueve molino) en un contexto dramático. Pero era mentira y las mentiras se caen como se cayeron una Honda en Malasia en 2015 (apenas a cincuenta por hora) y una Yamaha en Argentina hace dos días (a menos de veinte). Y lo que ha quedado demostrado, más allá de la pervivencia del problema de un odio que sigue muy vivo; es que el conflicto ha vuelto a la casilla de salida de los protagonistas. Con una conclusión: sencillamente, ellos son los únicos que pueden solucionarlo.
Algún día escribiré la historia del anciano líder que me contó, hace casi tres lustros, y él y por supuesto yo, con un par de copas, que la política es el arte de vivir de los problemas. Ahora no toca, porque no es el blog, ni el caso. Podría valer para MotoGP, que vive de las etiquetas que inventa y promociona; o para mí mismo, que me alimento de vuestros clicks. Pero no sirve para Valentino ni para Marc porque ellos son genios, y no políticos. No pueden vivir de este problema; de hecho, este problema les está haciendo más daño del que pueden calibrar, en este momento. Márquez, joven y talentoso como nadie, ha demostrado ser incapaz de gestionar el “arma de ilusión masiva” con la que todo deportista de élite sueña: ser superior al resto. Y Rossi, icónico y casi divino, ha vuelto a arrastrar por el barro su propia imagen, intentando ensuciar la de su íntimo enemigo.
Termino: la solución está en sus manos. Y es tan sencilla para acabar con la hostilidad, como difícil para superar sus egos heridos. Consiste en pediros perdón. A la afición al motociclismo. Pedir perdón por cavar unas trincheras tan profundas que se parecen cada vez más a unas tumbas. Perdón por permitir que tantos miles de amantes de este deporte se hayan enterrado en ellas. Y perdón no solamente por no haber hecho nada por evitarlo, sino por haber dejado que todo ese odio (que les ha contaminado de vuelta) haya crecido hasta ponerse, como está ahora, fuera de control. No esperes nada -escribía Manuel Vicent- el mundo sólo tiene sentido como espectáculo. Pero yo no me rindo. Seguiré predicando, en la sala de prensa, en los corrillos del paddock, o en esta recta de atrás. Porque sé que lo que os deben sería balsámico para vosotros; pero sobre todo, absolutamente redentor, para ellos.
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