El primero que le ‘echó un par’ en este ménage à trois explosivo fue Jorge Lorenzo. Lo tenía todo en Yamaha. Una moto a medida, tres mundiales de MotoGP y un mecanismo perfectamente engrasado que le había llevado a ganarse un puesto entre las leyendas de este deporte. Previamente ya le había ‘echado un par’ de generoso calibre, porque llegó a la fábrica japonesa para plantarle cara al más grande y le ganó de tú a tú. Superó todos los muros y demostró de sobras lo que le recordó en Mugello a Domenicalli; no era un gran piloto, sino un campeón.
Le advierto, distinguido lector, que este texto es el segundo de una mini serie de cuatro que están relacionados. Ayer se publicó la introducción (que se puede leer aquí) y en ella se explica que cada uno de los tres escritos posteriores son un agradecimiento a cada uno de sus tres respectivos protagonistas. Este es el del piloto mallorquín.
Foto: @JGonzalezGP
Mi tocayo estaba hecho para la Yamaha y la Yamaha estaba hecha para él. Encajaban como un guante y cada uno potenciaba los puntos fuertes del otro. Con el estilo de curva tan redonda que tiene Lorenzo, la moto daba lo mejor de sí. Una simbiosis perfecta que le llevó a conseguir unos resultados de leyenda. Con esta situación, un análisis puramente racional aconseja mantener la receta del éxito ¿verdad? Si, pero entonces entra en juego el factor emocional y todo acaba patas arriba.
Cualquiera estamos expuestos a la rutina en mayor o menor medida. Lo excepcional pierde chispa a medida que se repite incluso para los pilotos de MotoGP; Jorge no es una excepción. Ya le había pasado a Valentino. ¿Qué reto le quedaba al italiano después de ganar con Honda y con Yamaha? Intentarlo con una marca italiana. Jorge, después de derrotar a Rossi con la moto de los diapasones ¿cómo iba a conseguir un nuevo estímulo? Solo había una hazaña mayor que ganar a Rossi; ganar con la marca que se le atravesó.
Si Lorenzo conseguía ganar con Ducati le esperaba la gloria. Esa gloria que sintió Valentino cuando demostró a Honda que podía ganar con Yamaha. La misma que sintió Max Biaggi al ganar su cuarto título consecutivo de 250cc con Honda después de los tres primeros con Aprilia. La moraleja que subyace es sencilla pero muy potente; las victorias no vienen de la calidad de la montura, sino del talento del piloto. Es la reivindicación del humano sobre la máquina. Ahora que los telediarios hablan tan a menudo de robots con los que convivir, apela a lo más íntimo de nuestra existencia. Podría ser el guión de un gran éxito de Hollywood, pero lo tenemos 19 domingos al año en el asfalto.
Como toda apuesta arriesgada, el desafío de Lorenzo en Ducati tenía una cara y una cruz. Si salía bien sería apoteósico, pero era un paso arriesgado, pues la Ducati se había demostrado muy especial. Además parecía radicalmente contraria al estilo de Jorge, que no había probado más MotoGP que la Yamaha. Un rápido análisis de riesgos dejaba claro que el cambio era casi temerario. Sin embargo, Jorge ‘le echó un par’ y se fue a Ducati en busca de la gloria. Los italianos le ‘echaron otro par’, aunque este de decenas de millones de euros, por otro par más, pero de años.El resto de la historia seguro que la sabe de memoria. Muchas dificultades y algunas dosis de mala suerte. Un inicio complicado para el mallorquín solapado con el mejor Dovizioso.
Lorenzo se sabía capaz y no pensaba en abandonar. Trabajaba más duro que nunca, en lo físico y en lo mental. Con confianza absoluta en sí mismo. Por el contrario Domenicalli no pensaba lo mismo y se dejó llevar por la razón. Los números eran claros y desahució al de Mallorca, que se sintió menospreciado. Ya saben como acabó, lo vimos la semana pasada en Mugello. Lo dicho, la reivindicación del humano sobre la máquina. Cuando el Pathos amordaza al Ethos y al Logos y los encierra en un cuarto oscuro. Épica en estado puro.
Después de Mugello ya sabe. Primero Pedrosa y luego el bombazo. Lorenzo hacia HRC. De nuevo ‘echándole un par’. Primero a por Valentino Rossi y ahora a por Marc Márquez. El 99 seguramente lo habría tenido más fácil con esa Yamaha satélite de la que se hablaba. Moto conocida, base fiable y bastantes garantías de poder ser competitivo como para ganar carreras. Sin embargo, para aspirar a lo más alto el potencial de una moto satélite se antoja limitado.
Pero había una posibilidad que parecía mucho más adecuada y era Suzuki. Vaya por delante que todo es pura especulación ya que desconozco las posibilidades reales de que esto pudiese suceder. A priori, parece que la Suzuki gira muy bien y por lo tanto se podría adaptar como un guante a su estilo de pilotaje. Unido al notable rendimiento que tiene la moto de Hamamatsu, parecía una posibilidad de gran potencial. Además contaría con una estructura oficial, requisito casi indispensable para poder luchar por la corona. Por otro lado los japoneses hubieran contado con un piloto campeón y de gran experiencia, justo lo necesario para acabar de desarrollar una gran moto y convertirla en campeona.
El 99 optó por la apuesta más arriesgada. Pilotar una Honda que no es tan stop & go como la Ducati, pero que no redondea las curvas como la Yamaha o la Suzuki. Una moto complicada pero de gran potencial. El arma con el que Marc Márquez se ha hecho con cuatro de los cinco títulos que ha disputado en MotoGP. La confianza de Lorenzo en su capacidad de pilotaje es infinita. No importa que un reto roce lo imposible, él se sabe capaz de conseguirlo y quiere demostrarlo. Volvemos a la reivindicación de que el humano es superior a la máquina. Nada como la igualdad de monturas para poder comparar la calidad de dos pilotos en pista. El mallorquín no teme a nadie ni a nada. Como he dicho este escrito es un aplauso para él. Por valiente. Por arriesgarse tanto. Porque tiene mucho que ganar, pero muchísimo que perder. Porque podría irse a pescar y vivir tranquilo hasta ser anciano, pero ha decidido jugarse el bigote de cara frente al más fuerte del momento. Un nuevo desafío: Batir al imbatible.
Con lo arriesgado de su apuesta nos ha hecho levantarnos del asiento. Los números de Márquez son incontestables y Lorenzo no ha dudado en ir directo a la boca del lobo. Ha buscado la confrontación más directa posible, desde el mismo box. Hace falta mucho arrojo para hacerlo. Hay que desoír la razón y dejarse llevar por la pasión, por la búsqueda de la gloria. Es la épica de la que hablaba en la introducción, aquella que tanto abundaba en el pasado y que parecía olvidada. Los tiempos en que los números quedaban a menudo en segundo plano y se imponían esos intangibles tan incuantificables como la gloria, la ambición y el reconocimiento.
Tocayo: Gracias por apostar tan fuerte. Gracias por arriesgar, gracias por no conformarte, por huir del camino fácil. Gracias por ser tan valiente como para formar uno de los dúos más fuertes que se recuerdan. Esto ya no se estilaba y me había acostumbrado al recién bautizado ‘pocoriesguismo’. Podías haber buscado algo más seguro y seguramente te hubieses ahorrado muchos de los dolores de cabeza que vendrán, pero has elegido el mayor de los retos y eso se merece el mayor de los reconocimientos. En estos tiempos que corren, con todo lo que hay en juego, es para quitarse el sombrero ante los que os asomáis sin red al abismo.
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